He tenido la suerte o el privilegio de acudir a un curso de árbitros, donde he disfrutado de unos compañeros que se dedican con entusiasmo, a la misma labor que llevo desempeñando desde hace varios años y que no es otra que la de monitor de ajedrez. El resto o eran árbitros, jugadores de ajedrez u organizadores. Entre las amenas conversaciones que hemos mantenido, recuerdo una donde mi actitud o forma de ver cambia con respecto a los demás. Y me gustaría compartirla.
El tema no es otro que los niñ@s que lloran, tras perder una partida, aunque también pueden llorar en otro momento durante un torneo de ajedrez. De las opiniones oídas, destaco las siguientes:
a. Ir en auxilio del niño y pedirle que deje de llorar que el ajedrez no es tan importante y que se lo tomen menos en serio.
b. Que el árbitro envíe al niño fuera de la sala, hasta que deje de llorar.
También he visto a padres regañar y amenazarlos con quitarlos del ajedrez, pero ese es otro tema. Quizás más grave, que no entra en este artículo.
Al llorar expresamos nuestros sentimientos y frustraciones. Creo que aquel que tiene la virtud de llorar al finalizar o durante una partida va a ser uno de los mejores jugadores, siempre y cuando dirija su rabia en la dirección adecuada, que no es otra que la de estudiar y esmerarse en el aprendizaje de nuestro juego. Lo último que se me ocurriría es evitar o impedir en un niño, que pueda expresar sus sentimientos, ya sea llorando o de cualquier otra forma respetable. Quizás, si el niño o niña lo permite, a lo más, podría darle el consejo expresado anteriormente o ofrecerle consuelo o mi hombro para que siga llorando, pero repito, jamás evitar que siga expresándose. Y si alguien no ha llorado, nunca, que levante la mano. ¿Acaso los hombres no lloran?, durante una entrevista realizada al entonces campeón del mundo Kasparov, a pregunta del periodista de si de niño había llorado al perder alguna partida contestó para sorpresa de todos: “no solamente en mi niñez”.
La otra opción la de enviar al chaval fuera de la sala, es tan discutible como la primera, no obstante, funciona y corta el llanto antes de que este salga de la sala y entonces el árbitro puede solucionar la reclamación, que será el motivo del llanto. ¿Pero hasta que punto es esto razonable?, es muy discutible y me reitero en que la expresión de los sentimientos es libre y más en un niño, donde las emociones son mareas del nivel de un tsunami. Con que derecho vamos a cortar el llanto de un niño mediante amenazas y hacerle tragar sus lagrimas por dentro cuando los mejores jugadores del mundo han llorado y seguirán llorando para expresar su frustración y rabia. ¿Acaso alguien, sería capaz de pedirle al campeón del mundo de ajedrez, que abandone la sala y sólo regrese cuando deje de llorar?. Veamos otro campeón del mundo, Karpov, también durante una entrevista aclaró que la última vez que lloró fue en 1961 tras perder una partida que tenía ganada. Son sólo dos de los muchos ejemplos habidos y por haber.
Lo cierto es que no me alegra ni disgusta ver llorar a un pequeño ajedrecista, pero cuando lo veo, me digo: ahí va un posible campeón del mundo, ánimo, descarga esa rabia en los estudios y llegarás donde quieras.